El papa Francisco y la Querida Amazonía

Por José Guadalupe Sánchez Suárez
© Observatorio Eclesial

La impaciente expectativa de las iglesias del continente latinoamericano y caribeño concluyó el pasado 2 de febrero con la publicación de la Exhortación Postsinodal Querida Amazonía, sobre los resultados del Sínodo Panamazónico realizado en octubre de 2019.

El documento, más inspiracional que normativo o exhortativo, ha provocado reacciones diversas, desde las más optimistas hasta las más decepcionadas, por quienes esperaban del papa una decisión sin precedentes sobre la ministerialidad eclesial en relación con las mujeres y los hombres casados.

En realidad el documento no aporta nada nuevo a la visión social y ecológica que el papa Francisco ha venido desarrollando en documentos y discursos anteriores en torno al Sínodo y también en su magisterio universal. Como él mismo lo señala, la Exhortación es una síntesis lo ya expresado con miras a una armoniosa, creativa y fructífera recepción de todo el camino sinodal. Lo novedoso quizás esté en la renuncia que el papa hace a ceñir su Exhortación al Documento final del Sínodo de octubre o cuando menos citarla, por una razón aparentemente irrelevante pero trascendente: no remplazarlo ni repetirlo, sino darle plena autoridad por ser fruto de tantas personas que conocen mejor que yo y que la Curia romana la problemática de la Amazonia, porque viven en ella, la sufren y la aman con pasión. E invita a leerla íntegramente y aplicarla.

El papa marca el punto de partida de su Exhortación con una comprensión de la Amazonía como un ser vivo y social que hay que admirar y reconocer como misterio sagrado, y cuyos problemas deben ser una preocupación universal y no sólo local o regional; en consonancia, atañen también a toda la iglesia y no sólo a una parte de ella, retándola a encarnarse de forma original en cada lugar del mundo, tanto en su predicación, como en su espiritualidad y sus estructuras. Para ello, Francisco comparte cuatro grandes sueños que la Amazonía le inspira:

  • Sueño con una Amazonia que luche por los derechos de los más pobres, de los pueblos originarios, de los últimos, donde su voz sea escuchada y su dignidad sea promovida.
  • Sueño con una Amazonia que preserve esa riqueza cultural que la destaca, donde brilla de modos tan diversos la belleza humana.
  • Sueño con una Amazonia que custodie celosamente la abrumadora hermosura natural que la engalana, la vida desbordante que llena sus ríos y sus selvas.
  • Sueño con comunidades cristianas capaces de entregarse y de encarnarse en la Amazonia, hasta el punto de regalar a la Iglesia nuevos rostros con rasgos amazónicos.

Mismos que estructuran el documento como un sueño social, un sueño cultural, un sueño ecológico y un sueño eclesial; en los que el papa no pierde la oportunidad de recordar los ejes principales de su magisterio social, con una fuerte carga profética que denuncia las múltiples consecuencias del devastador modelo político económico que no cesa en su afán de colonizar la Amazonía.

Invita a la Iglesia y a las iglesias a defenderla desde la indignación y precedidas por el clamor de los pueblos y sus luchas ancestrales; desde el diálogo social con los pueblos originarios que no son un interlocutor cualquiera a quien hay que convencer, ni siquiera son uno más sentado en una mesa de pares. Ellos son los principales interlocutores, de los cuales ante todo tenemos que aprender, a quienes tenemos que escuchar por un deber de justicia, y a quienes debemos pedir permiso para poder presentar nuestras propuestas. Su palabra, sus esperanzas, sus temores deberían ser la voz más potente en cualquier mesa de diálogo sobre la Amazonia, y la gran pregunta es: ¿Cómo imaginan ellos mismos su buen vivir para ellos y sus descendientes?

De esta forma, el papa Francisco considera que podrá preservarse y promoverse la diversidad cultural amazónica que hoy enriquece a la humanidad y que nos enseña que es posible una relación tan estrecha del ser humano con la naturaleza y una existencia cotidiana siempre cósmica. También invita a escuchar el grito de la Amazonía, que pide el cese de la explotación y que, aprendiendo de los pueblos originarios pasemos a su contemplación, para reconocer ese misterio precioso que nos supera. Podemos amarla y no sólo utilizarla, para que el amor despierte un interés hondo y sincero. Es más, podemos sentirnos íntimamente unidos a ella y no sólo defenderla, y entonces la Amazonia se volverá nuestra como una madre.

Finalmente el papa invita a la Iglesia a caminar con los pueblos de la Amazonía, a encarnarse en su pluralidad y adquirir rostro amazónico. Las implicaciones de ello, no son menores. Pues no sólo implica el anuncio del Evangelio, sino la escucha de la buena nueva que los mismo pueblos ofrecen al mundo y la Iglesia, el buen vivir, que es una armonía personal, familiar, comunitaria y cósmica.

También implica la renovación de las estructuras eclesiales, para lo que el papa Francisco invita a la inculturación de la liturgia, pero también de la ministerialidad. Este tema tan debatido y esperado encontrará en la palabra del papa algunas novedades y algunos impasses. De nueva cuenta, el papa evade la oportunidad de abrir la puerta al sacerdocio de las mujeres y de hombres casados, bajo un argumento en apariencia positivo: la transformación de la ministerialidad jerárquica en una ministerialidad de comunión, donde por un lado se reconozca el valor de la diversidad de funciones y tareas que desempeñan sujetos tan diversos al interior de la estructura eclesial (mujeres, laicos/as, religiosas, comunidades de fe…), y por otro que se entienda la especificidad y particularidad del ministerio sacerdotal, no desde la autoridad, sino desde la espiritualidad y y el servicio.

En el caso del sacerdocio de las mujeres, el papa adopta de forma parcial (y sesgada) el argumento de la teología feminista que no sólo exige igualdad de las mujeres en la iglesia en el acceso al ordenación sacerdotal, sino también la subversión misma del sacerdocio como un orden superior y al margen de la comunidad eclesial, y recuperar la multiplicidad de carismas y la comunión eclesial.

En este sentido, Francisco si bien reconoce la importante, crucial e imprescindible labor de las mujeres en las iglesias amazónicas, invita a expandir la mirada para evitar reducir la comprensión de la Iglesia a estructuras funcionales, cuyo reduccionismo llevaría a pensar que se otorgaría a las mujeres un status y una participación mayor en la Iglesia sólo si se les diera acceso al Orden sagrado, lo que en realidad orientaría a clericalizar a las mujeres, disminuiría el gran valor de lo que ellas ya han dado y provocaría sutilmente un empobrecimiento de su aporte indispensable.

Bajo esta particular ínterpretación del reclamo de tantas mujeres en la Iglesia, Francisco no sólo vuelve a cerrarles la puerta al sacerdocio ordenado, sino además les niega la posibilidad de ser rostro de Cristo en la Iglesia (como los varones, de quienes al ser ordenados se les considera alter Christi, otros Cristos) y les reserva el lugar de ser rostro de María, desde cuyo modelo las mujeres deben hacer su aporte a la Iglesia según su modo propio y prolongando la fuerza y la ternura de Madre. Y para que no quede lugar a dudas sobre la inflexible estructura patriarcal de la Iglesia, el papa concluye que en una Iglesia sinodal las mujeres, que de hecho desempeñan un papel central en las comunidades amazónicas, deberían poder acceder a funciones e incluso a servicios eclesiales que no requieren el Orden sagrado y permitan expresar mejor su lugar propio.

Desde este punto de inflexión eclesiástica, que también cierra la puerta al sacerdocio de hombres casados, pierde fuerza y credibilidad la invitación del papa a una iglesia panamazónica sinodal, que tenga la capacidad para dar lugar a la audacia del Espíritu, para confiar y concretamente para permitir el desarrollo de una cultura eclesial propia, marcadamente laical.

La Exhortación sobre la Iglesia en la Amazonía es un sumario poético de un papa Francisco que lo mismo cita a Neruda y Casaldáliga, que a Vargas Llosa; que se hace eco de la teología de la liberación al tiempo que permite que los Legionarios de Cristo (teólogos de la prosperidad) recuperen sus privilegios en la iglesia; pero que finalmente no se atreve a asumir la indispensable renovación de las estructuras eclesiales frente a desafíos tan cruciales para el género humano como el de redimirnos en la Amazonía.

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