COMENTARIO A LA HOMILÍA DEL CARDENAL NORBERTO RIVERA (2 AGOSTO 2015)
Por Marisa Noriega Cándano
Estimados lectores, tal vez algunos/algunas de ustedes hayan escuchado, la homilía que pronunció el pasado domingo 2 de Agosto el cardenal Norberto Rivera, pero probablemente la mayoría no lo haya hecho.
No sé qué sentimientos y opiniones haya suscitado en ustedes esta homilía. Pero yo no puedo quedarme callada después de haberla leído. Para empezar, ese domingo estuve fuera de México y he de confesarles que “no asistí a Misa”.
Acabo de leer las lecturas correspondientes al domingo XVIII del tiempo ordinario, ciclo B (Éxodo 16, 2-4.12-15; Salmo 77; Efesios 4, 17.20-24; Juan 6, 24-35.) y lo primero que brinca a mi mente es: ¿qué tiene que ver lo que dijo el cardenal con lo que a mi entender es el centro del mensaje de la primera lectura, el salmo y el evangelio de Juan?
A mi modo de ver, el mensaje central es: la búsqueda del ser humano, como categoría relevante en el camino de la fe. Pero una búsqueda que supone buscar más al Donante que a sus propios dones, ya que si la búsqueda es interesada, es que nos hemos colocado a nosotros mismos en el lugar de Dios.
También estas lecturas a mi parecer, nos hablan de “hambre y sed” de encontrar poco a poco y paulatinamente cuál es esa hambre y sed, de justicia de responsabilidad, de mi búsqueda y de tarea diaria y compromiso para con mi hermana, para con mi hermano = “el prójimo”.
Y sin embargo el cardenal basa su mensaje prácticamente en un sólo versículo de la Carta a los Efesios y “jala el agua para su molino”. ¿A qué me refiero? Basta leer la manera en la que empieza su sermón: “Cristo les ha enseñado a abandonar su antiguo modo de vivir, el hombre viejo corrompido por deseos seductores o de placer” (Ef 4, 22).
¿Qué extrae de esta sola frase, <una mente desviada, jerárquica, calenturienta y dualista como la de Rivera>?
“Vivir en la inautenticidad” como él menciona. Yo me pregunto ¿quiénes viven mayoritariamente en esa inautenticidad? Pretendiendo ser hombres de fe, enviados, los únicos con capacidad de consagrar, con poder de perdonar los pecados de los demás, poseedores de la verdad, los que conocen la voluntad de Dios.
Y que a su vez son los que abusan de menores, excluyen a las mujeres, utilizan su poder para someter a los/las fieles a obedecer y cumplir los dogmas que ellos han diseñado a su conveniencia. Son quienes no aceptan la diversidad, quienes discriminan y marginan, quienes dan la comunión a los matrimonios “oficialmente” bien casados y la niegan a los divorciados. Quienes imponen una única manera de pensar. Quienes prometen una vida eterna a costa de sufrir en este mundo. Quienes infantilizan al “pueblo de Dios”. Quienes deciden quien se salva y quién no.
Para continuar, el cardenal menciona en su homilía “precisamente es el campo de la familia en el que quisiéramos reflexionar hoy…Nueva mentalidad que no es precisamente la aceptada por el pensamiento moderno…”
De nuevo me pregunto ¿qué tiene que ver realmente lo que dijo hasta el momento, con lo que dice el Evangelio?
Reprueba el pensamiento moderno así sin más y el de él; ¿acaso no es retrógrado?
En fin procederé con mi reflexión:
Rivera prosiguió hablando de las relaciones en familia, y de la dignidad de cada una de las personas que conforman el hogar. Aparentemente parecería que aquí rescata la “igualdad sustancial” que existe entre los esposos. Lo cual dicho sea de paso, excluye todo tipo de relación que no sea heterosexual, heteronormativa…
Y ahora sí que “lleva por completo el agua a su terreno,”. ¿Por qué? Puesto que sale a relucir la ¡mujer!, de ¿qué manera? Si se lee por encima y sin un análisis crítico, parecería que la está ensalzando y dignificando. Pero sin embargo leamos con atención sus comentarios: “la mujer, que está llamada a ser, por dignidad y vocación natural, madre, esposa y colaboradora …se ve obligada a tener que salir, contra su voluntad, a realizar trabajos que la apartan de la dedicación que debería tener hacia sus hijos”.
“Cuántos casos observamos de mujeres que deben, una vez completada su jornada laboral semejante a la del varón, empezar una segunda ocupación, poniendo en orden el hogar que tuvieron que desamparar en la mañana”.
“Por ello, cuanto más estimemos como mentalidad el papel de la mujer en su dimensión conyugal y materna”.
“Es por ello necesario descubrir el significado original e insustituible del trabajo de la casa y la educación de los hijos”.
Repito lo que expresé anteriormente, si nos quedamos con una primera lectura de su homilía para quienes no tuvimos la oportunidad de escucharla ese domingo; parecería que el cardenal apoya, valora y hasta dignifica a la mujer.
Me atrevo a decir que la homilía pronunciada por Rivera, es ambigua y perversa, puesto que lo único que él y la mayoría de los miembros de la jerarquía eclesiástica patriarcal destacan es la función, el rol esponsal materno de la mujer; sujeta y dependiente de un varón proveedor quien tiene que decir cómo y de qué manera ella debe comportarse. Y en muchos casos es quien puede autorizar o no cómo “su mujer” debe vestirse, y arreglarse para complacerle.
El cardenal, en su doble discurso, relega a la mujer al ámbito de lo privado, la priva de su derecho a superarse, a crecer por el bien de ella y de la familia. La confina a cumplir las labores del hogar, como si fueran tan sólo propias de ella y no compartidas en corresponsabilidad con los demás miembros de la familia.
No sólo no toma en cuenta sino que ignora las capacidades, las habilidades, los derechos que tiene la mujer por ser hija de Dios, creada a imagen y semejanza. Su posibilidad y libertad de decidir, su responsabilidad como persona adulta, su autonomía, su potencial y su capacidad de interpretar las Escrituras, y de relacionarse con Dios, se ven anuladas en este discurso.
¿Cuándo reconocerá el poder jerárquico la verdadera dignidad de la mujer y de todo ser humano, que no “encaja, que no cumple” con las normas impuestas por una elite patriarcal excluyente?
Como mujer no sólo no me siento dignificada, sino más bien indignada.
* Marisa Noriega es teóloga integrante del Observatorio Eclesial y de la Asociación Mexicana de Reflexión Teológica Feminista A.C.
¡Excelente análisis en todas y cada una de sus palabra!