Un cerco de solidaridad por Cuba y Haití
La última semana El Caribe ha vivido horas de agobio y movilización. De forma casi simultánea, primero en Haití y luego en Cuba, surgieron procesos desestabilizadores que comparten al menos dos aspectos en común: se generaron desde fuera de ambos países, con la probada injerencia de los Estados Unidos, y en ambos casos apuntan a justificar una intervención humanitaria cuyas características y consecuencias dañinas son más que conocidas en todo el mundo.
A pesar de la cercanía geográfica y cultural, entre los dos países existen grandes diferencias políticas, sociales y económicas que han sido decisivas en el modo de enfrentar los recientes acontecimientos y que nos llaman a la acción inmediata para construir en torno a los dos pueblos un cerco de solidaridad internacional que haga contrapeso a los intentos intervencionistas del gobierno estadounidense, en complicidad con los organismos internacionales a su servicio y los capitales trasnacionales a quienes sirve.
El asesinato del presidente Jovenel Moïse en Haití, el pasado 7 de julio, fue la gota que derramó el vaso de una situación ya de por sí insostenible en un país devastado por las políticas neoliberales impuestas por décadas y que le han negado a su población el derecho a una vida soberana y libre de violencias. Moïse ejerció su mandato de forma absoluta y arbitraria al servicio de algunas élites económicas que han acabado con el país. La eliminación de todo contrapeso a su poder, amparado en la debilidad institucional y la emergencia global por la pandemia, ha dejado tras su muerte una situación de precariedad extrema, en la que la difícil recomposición de los liderazgos políticos topa con el estallido social y el intervencionismo estadounidense orientado a perpetuar su influencia en el poder presidencial y salvaguardar así intereses innombrables.
En las antípodas de esta dramática realidad, el domingo 11 se activó de forma masiva en redes sociales el hashtag #SOSCuba llamando a establecer un corredor humanitario hacia la mayor de las Antillas e instigando a su población a movilizarse contra el gobierno, lo que ocasionó movilizaciones menores y actos vandálicos en diversas regiones del país, junto con el inmediato llamado de la OEA a la cuestionable intervención. Probado el origen extranjero de este llamado desestabilizador y la utilización de la tecnología de bots para hacerlo viral, este intento de golpe blando contra el gobierno revolucionario cubano se da en el contexto de un inusual rebrote de Covid19 en la provincia de Matanzas, con la detección de la presencia de la variante Delta en la isla, una de las más dañinas de este virus que ha sometido a la humanidad y contra el cual el sistema de salud estatal ha luchado admirablemente no sólo dentro de sus fronteras sino también allende el mar, en decenas de países con la brigada Henry Reeve, de salud y solidaridad. Tampoco hay que obviar que este ataque se da justo cuando Cuba anuncia al mundo la efectividad del 92% en dos de sus cinco sus candidatos vacunales, uno de los cuales, la vacuna Adbala, es además la primera vacuna latinoamericana y ha sido puesta al servicio de los países más necesitados.
No es la primera vez, sino más bien estrategia recurrente del gobierno de Estados Unidos, financiar estas campañas de odio al interior de Cuba, en momentos especialmente sensibles de la vida del pueblo cuando, como ahora, se impulsan importantes ajustes económicos para enfrentar las consecuencias de un ilegal bloqueo económico sostenido por la Casa Blanca contra el pueblo cubano por ya 60 años, en contra de la voluntad mayoritaria de los países miembros de la ONU que año tras año exigen su cancelación y cuyas medidas inhumanas aumentaron en 242 tan sólo en la administración Trump, con consecuencias especialmente nefastas para la población en el actual contexto, al obstaculizar la adquisición oportuna de equipo e insumos médicos necesarios para enfrentar el virus SarsCov2.
Ante estos intentos de división interna, el pueblo cubano actuó de inmediato saliendo a las calles para, de forma pacífica, como ha sido su revolución desde que triunfó el 1 enero de 1959, inhibir cualquier escalada violenta y la manipulación perversa de las necesidades sociales perpetuadas por el cerco económico, y exponer así a quienes hoy se quieren posicionar en vez de como los causantes, como los salvadores. El mismo presidente de Cuba, Miguel Diaz Canel, salió a la calle a encontrarse con los inconformes y entablar el diálogo, e hizo un fuerte llamado internacional a respetar la soberanía nacional cubana y a poner fin a los ataques contra el país caribeño, instando a Joe Biden a escuchar verdaderamente al pueblo cubano y eliminar el bloqueo. Varios jefes de estado en la región hicieron eco a estas palabras.
Frente a la evidencia de estas pretensiones desestabilizadoras en Cuba y Haití, en un momento especialmente difícil para nuestro continente latinoamericano y caribeño, se hace urgente articular voces y esfuerzos que rompan el cerco de ignominia mediante la solidaridad y la profecía. La realidad de ambos países nos invita a poner el cuerpo y demandar el cese de toda agresión en su contra, tanto más inmoral cuanto quiere ampararse en la legalidad.
Por esta razón y siguiendo la tradición emancipatoria heredada de los pueblos caribeños, exigimos:
- A la Organización de Estados Americanos (OEA), el respeto irrestricto a la soberanía de Haití y a desistir de toda intervención en el proceso de restitución democrática que vive el pueblo, tras el asesinato de su presidente Jovenel Moïse.
- Al gobierno de EUA, a acatar la Resolución A/75/L.97 de la Asamblea general de la ONU que ordena por 29° año consecutivo poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba, por inhumano, inmoral e ilegal; y por constituir una violación masiva, flagrante y sistemática de los derechos humanos del pueblo cubano. También a desistir de la guerra mediática contra el gobierno revolucionario de Cuba y respetar la soberanía y autodeterminación de un pueblo que sólo ha dado al mundo ejemplo de generosidad y amistad.
Finalmente, hacemos un llamado a todas las organizaciones sociales, políticas y religiosas, a los movimientos sociales del continente y a todas las personas de buena voluntad, a conjuntar esfuerzos y construir en torno a ambas naciones un cerco de visibilidad y solidaridad que contrarreste ahí y en toda Nuestra América las devastadoras pretensiones de hegemonía neoliberal y hagamos posible el sueño de nuestros pueblos: que nos dejen vivir en paz.
Jueves 15 de julio de 2021
Organizaciones firmantes: Secretariado Social Mexicano, Servicio Internacional Cristiano de Solidaridad con los Pueblos de América Latina y el Caribe “Oscar A. Romero” (Sicsal-México), Movimiento de Solidaridad Nuestra América, Observatorio Eclesial, Fundación Don Sergio Méndez Arceo, Mujeres para el Diálogo, Casa Tochán, Pastoral Social de la Iglesia Anglicana de México, Articulación para la Paz y el Buen Vivir.
Personas: Luis Eduardo Villarreal Ríos, Maricarmen Montes, Soila Luna Pineda, Graciela Muñoz, Sara Luz Morales Méndez, Cirilo Ortiz Sánchez, María Irene Aguilar Meza, Ismael Irepan, José Guadalupe Sánchez Suárez, Arturo Carrasco Gómez, Ricardo Guillermo Gállego Barbadillo, Gabriela Juárez Palacios.
Para adherirse al comunicado ir a: http://chng.it/sSTLckdpkp