Ecclesia Semper Reformanda: en el 500 Aniversario de la Reforma Protestante
El 31 de octubre de 1517 el monje agustino Martín Lutero colocó en las puertas de la catedral de Wittenberg 95 tesis teológicas para una necesaria reforma eclesial en los albores de una nueva época de la humanidad que planteaba transformaciones irreversibles en la configuración interna del cristianismo y en su relación con el acelerado devenir histórico moderno. Más allá del mito, el poder simbólico de este acontecimiento, como cúlmen de un proceso y comienzo de otro, cobra insospechada vigencia para otro momento histórico, el nuestro, en que somos abruptamente introducidos a una era de crisis global que trasciende fronteras geográficas, humanas, religiosas y desafía de nuevo el ser y quehacer de la Iglesia.
Sin desestimar la interminable reforma intra-eclesial, hoy el desafío mayor está en la posibilidad de reconfigurar relaciones entre las iglesias más allá de mutuas desconfianzas y de acercamientos tímidos, para enfrentar con igual alcance global los más terribles rostros y monstruos de la actualidad, presentes igual en el seno del cristianismo como fuera de él.
Más allá de las 95 tesis, está la urgencia por una agenda concertada de reforma permanente de la iglesia en y desde su amplia diversidad, que incopore abierta y progresivamente las más acuciantes preocupaciones de la humanidad desde el igualmente amplio acervo ético-espiritual común, en lugar de eludirlas bajo pretexto de unas cuantas diferencias.
Lutero, como Jesús, sacudió las estructuras caducas de su tiempo, insuflando en el corazón del pueblo la frescura de la libertad, la justicia y la hermandad. Hoy cabe preguntarse en qué medida los muros eclesiales e inter-eclesiales (entre iglesias) no asfixian, es decir, consumen en su interior todo aliento renovador provocando nuevas esciciones y el éxodo del testimonio creyente más allá de las fronteras institucionales que separan a la Iglesia del mundo.
La necesaria reforma de Lutero (y otras tantas figuras reformadoras en las postrimerías del medievo) provocó en el catolicismo romano la reacción desacertada de declarar que «extra ecclesia nulla salus» (fuera de la iglesia no hay salvación). Quinietos años después, esta consigna ya no es patrimonio de una sola de las partes, pues cada iglesia (y grupúsculos al interior de ellas) a menudo se fortalece en el descrédito de la más próxima (que no prójima), trastocando el sentir de creyentes e increyentes hacia la insalvable sensación de que «intra ecclesia nulla salus».
Con todo, entre luces y sombras, desde dentro o desde fuera, la Iglesia una y diversa se transforma, deforma y reforma e un renacer persistente, como aquel viento que aleteaba (aletea) sobre las turbulentas aguas e hizo (hace) nuevas todas las cosas.
@Observatorio Eclesial