No más violencia hacia las mujeres
Por Maricarmen Montes
Mujeres para el Diálogo
Al término del Sínodo sobre La Familia, en Roma, tenemos la impresión que hay hechos que difícilmente se tocan. No sólo las realidades tan diversas que se dan al interior de las familias como separaciones, divorcios, nuevos tipos de familias o de convivencias, sino un fenómeno muy grave, no sólo de este tiempo, sino de todos los tiempos pero que casi nunca se profundiza y se encuentran sus raíces y causas.
Nos referimos a la violencia que se manifiesta cada vez más fuerte en las relaciones humanas.
Es en el entorno familiar, entre padres e hijos, entre las parejas, donde se vive la violencia cotidiana. No encontraremos soluciones si no identificamos las causas.
Hay una tendencia muy peligrosa de hablar de la ideología de género, término que se está acuñando en algunos medios religiosos, y usada en el lenguaje eclesial.
No existe la ideología de género, lo que existe es un sistema de relaciones humanas que se ha definido como el Patriarcado y de modos diversos, está vigente en toda la sociedad.
Así como el sistema capitalista neoliberal, de manera muy simple, se refiere a las relaciones de desigualdad que hay entre quienes lo tienen todo y quienes no tienen nada en el plano económico, y donde la explotación es la característica principal de este modelo.
En el patriarcado, las relaciones de desigualdad se dan principalmente entre los hombres, que han sido educados para dominar y someter; y las mujeres que se les ha inculcado la obediencia y la sumisión como algo natural entre ambos.
Cuando hablamos de género estamos refiriéndonos a una construcción cultural, a la forma en cómo hemos sido educados y cómo hemos mantenido patrones culturales donde se afirma que estos comportamientos son naturales.
Nacemos varones y mujeres, y el sexo es lo que nos distingue como diferentes, pero lo que culturalmente nos han enseñado para comportarnos como varones y mujeres, eso ya no es natural, es aprendido.
Todos, mujeres y hombres, hemos aprendido a ser lo que la sociedad nos exige y eso no es natural. No nacimos sumisas, obedientes, ni dominadores, ni violentos; la sociedad nos ha construido así y hemos creído desde siempre que es parte de nuestra naturaleza.
Al principio planteé que la violencia imperante en contra de las mujeres es un hecho que no se retoma para reflexionar sus causas, lo damos como una realidad que hay que intentar cambiar pero sin analizar de dónde viene.
Es tal la violencia, que se ha acuñado un término que no conocíamos, es muy reciente su uso: El Feminicidio. Es un crimen que se hace contra las mujeres, por el hecho de ser mujeres; es un odio recalcitrante contra ellas.
Es verdaderamente indignante y escandaloso los niveles de violencia que se dan contra las mujeres en estos tiempos en nuestro país. Según cifras del Instituto Nacional de las Mujeres, indican que a diario mueren 7 mujeres en México a causa de la violencia extrema. Los estados más violentos en feminicidios son Estado de México, Chihuahua, Chiapas, Guerrero, D.F., Nuevo León, Oaxaca, Puebla y Sinaloa.
«Según datos del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio (OCNF) de enero del 2007 a diciembre del 2008 fueron asesinadas violentamente 1,221 mujeres, pero comparativamente de enero del 2009 a junio del 2010 ya eran 1728 mujeres(*), por lo tanto, este crimen va a la alza.
Las mujeres asesinadas son predominantemente jóvenes de entre 20 y 40 años, las hay casi niñas, y también adultas mayores, con bajos salarios, trabajadoras de maquiladoras, o en la economía informal, o amas de casa. Sus asesinos pueden ser sicarios, narcotraficantes, o sus parejas o familiares.
Los feminicidios se dan particularmente en contextos sociales, de pobreza, marginación y exclusión de oportunidades educativas. (*idem).
En una plática con una mamá, cuya hija de 13 años fue asesinada y encontrada en un tambo de cemento en Ciudad Juárez, Chih., al preguntarle ¿por qué cree que las asesinan? nos comentaba, “pensamos entre varias hipótesis: que la mafia pide a sus iniciados un trofeo para ser aceptados en sus filas, y ese trofeo es el asesinato de una mujer, iniciado con el secuestro, la violación, la tortura y el asesinato».
Nos preguntamos ¿qué concepto o idea, o creencia, se tiene del valor de una mujer, en este caso, casi una niña? ¿Qué tienen en la cabeza para poder acceder a una condición tal, para entrar en la mafia?
Casi todos estos crímenes quedan en la impunidad, ya sea por negligencia o porque es muy difícil romper con la cultura del silencio y el miedo, también porque cuando se da aviso de que una mujer está desaparecida, las autoridades esperan 72 horas para ver si no se fue con el novio, tiempo importantísimo que se pierde y en el cual puede ser asesinada.
Consideramos que la formación en la familia, en la escuela, en las iglesias, en la sociedad, con respecto al valor de las mujeres, está totalmente degradada, se le considera un objeto, un “alguien” que está al servicio de todos, especialmente de los varones, se le prepara para desempeñar tareas domésticas donde los varones ocupan el centro de sus vidas, y se les educa para la sumisión y la obediencia. Y a ellos para el mando y la dominación.
El 25 de noviembre recordamos y conmemoramos a las Hnas. Mirabal (Patria, Minerva y María Teresa) dominicanas, luchadoras contra la dictadura de Trujillo, quienes defendían a su patria, pero también su dignidad como mujeres ante el acoso sexual del dictador, fueron asesinadas un 25 de noviembre de 1960, y fue en 1981, en Bogotá, en el Primer Encuentro Feminista, donde se tomaron como un símbolo para la erradicación de la violencia hacia las mujeres, día que se conmemora en muchos lugares del mundo, especialmente en América Latina y el Caribe.
Cuando podamos abrir los ojos y mirar que las mujeres somos sujetos, que no podemos aceptar que nos consideren objetos, que no nacimos destinadas a estar calladas, a aguantar, a someternos, a obedecer, a ser invisibilizadas, que en el seno de las familias no podemos seguir educando a los varones para que sometan y a ellas para ser sometidas, estaremos empezando a construir otra forma de relacionarnos entre tod@s, y nos preocuparemos menos por evitar separaciones, divorcios, violencias, ya que ambos, niños, niñas, jóvenes, adultos, aceptaremos que tod@s somos personas, capaces de intentar construir relaciones donde vayan erradicándose la desigualdad, la discriminación, las enormes brechas de poder.
Si no analizamos e intentamos entender, y pongamos esfuerzos para esto, las familias, de cualquier tipo, seguirán siendo nidos de violencia que más de una vez terminan en la muerte.
Nuestras iglesias necesitan reconocer que el Patriarcado es un sistema destructor de las relaciones humanas y, reconocer que en ellas (las iglesias) hay jerarquías inmensas, que son signo de una desigualdad que se contrapone al caminar de las primeras comunidades cristianas.
Tenemos que empezar por reconocernos diferentes pero con una capacidad de encuentro, de diálogo, siempre y cuando nos reconozcamos con los mismos derechos.
¡No más violencia hacia las mujeres!