El legado “secreto” del Concilio Vaticano II: el Pacto de las catacumbas por una iglesia pobre y para los pobres

Por José Guadalupe Sánchez Suárez

Observatorio Eclesial / Secretariado Social Mexicano

El 16 de Noviembre de 1965, entre murmullos ancestrales y el aire frío y húmedo de las catacumbas de la ciudad eterna, poco más de 40 obispos de América Latina y el mundo firmaban al final del Concilio Vaticano II el Pacto de las Catacumbas, llamado así por firmarse en la catacumba de santa Domitila, en las afueras de Roma, y porque fue un pacto secreto. Sopesando lo logrado y lo malogrado, conspiraron en torno a 13 puntos no menos secretos que sus identidades, pues vieron que en el concilio faltó un tema central: que la iglesia sea una iglesia de los pobres. Por eso decidieron hacer su propio “pacto con los pobres” en el que prometieron cambiar algo fundamental en sus vidas y sus actividades eclesiales. Prometieron llevar una vida sencilla y renunciar a las insignias del poder.

Sólo imágenes mudas del paleocristianismo testificaron lo que apenas hace unos años se supo: que esos cuarenta y tantos obispos participantes del Concilio habían decidido llevar a sus últimas consecuencias la primavera conciliar iniciada con el Vaticano II, haciendo con ello una contribución importante para la formación de las comunidades de base y la teología de la liberación en América Latina.

Encuentro Internacional Recordar y Renovar el Pacto de las catacumbas

En torno al 50 aniversario de ese llamado «pacto de las catacumbas», el legado «secreto» del Vaticano II, se realizaron en distintas partes del mundo acciones conmemorativas sobre la vigencia de sus compromisos en un momento histórico para el catolicismo, en el que parece terminar el largo invierno eclesial y nuevamente se avizoran en el horizonte los signos de la primavera que no murió del todo a pesar de la represión sufrida por parte del poder eclesiástico vaticano y también por parte los poderes civiles y dictatoriales en el continente latinoamericano.

En Roma, el Instituto de Teología y Política de Münster y el grupo Pro Konzil, conjuntamente con más de 35 organizaciones y universidades católicas convocaron al Encuentro “Resistencia y esperanza: recordar y renovar el Pacto de las catacumbas”, los días 11 al 17 de noviembre, con la participación de cerca de 250 teólogas y teólogos de Alemania y Suiza, de los cuales, más de 100 eran jóvenes estudiantes de teología. Igualmente se contó con la participación de panelistas y asistentes de diversos países como Colombia, Brasil, México, Chile, Túnez y Senegal, propiciando un intenso intercambio de ideas en torno a no sólo que tipo de iglesia requiere hoy el mundo, sino también qué tipo de sociedad y de mundo queremos en un momento histórico en el que lo hay por doquier calles sin salida y crece la idea de que no hay alternativa al capitalismo neoliberal y sus terribles consecuencias.

Siguiendo los pasos de la memoria latinoamericana martirial de liberación, los participantes del encuentro coincidieron en que el recuerdo no es necesariamente nostalgia, porque nos libera de la prisión de lo contemporáneos, nos enseña la humildad y la determinación que necesitamos para llevar adelante un nuevo pacto, cuyo camino ha sido allanado desde la institución por el proyecto del papa Francisco. Se planteó la necesidad de ir más allá de Francisco y también de alimentar un paisaje optimista de las catacumbas, pues, en palabras del vaticanista Marco Politi (también presente en el Encuentro) fueron lugares donde la fe tuvo sus primeras expresiones creativos, lugares que dieron alegría en la propia fe, donde el pacto ha sido fructífero, y uno de esos frutos es el papa Francisco, quien si bien no firmó ni conoció el Pacto de las catacumbas, actúa dentro de su espíritu y su tradición, y alientan a muchas y muchos a mirar que no fue en vano la primavera conciliar de Juan XXIII: aunque de manera imperceptible, ha habido frutos desde lo pequeño, que hoy se tornan trascendentes. En América Latina, se dirá en las discusiones, el Pacto se consumó en la Conferencia de Medellín (1968), en las comunidades eclesiales de base y en las teologías de liberación.

Celebración en Santa Domitila y presencia de Jon Sobrino

El Encuentro tuvo su momento culmen con una celebración en la misma catacumba de Santa Domitila (discípula de Pedro, allá en el cristianismo primitivo), presidida por el obispo italiano Luigi Betazzi (uno de los obispos firmantes de pacto) y Jon Sobrino, quien en su predicación hizo un breve balance de los frutos de este pacto diciendo que en estos años posteriores al ecuménico Concilio Vaticano II, ha habido padres y madres de la iglesia, ha habido comunidades de base y comunidades indígenas, seminarios y universidades que enseñaron y practicaron la liberación, y con ellos y ellas la iglesia católica se ha parecido un poco más a Jesús.

El también sacerdote Jesuita, dictó el pasado sábado 14 de noviembre una conferencia en la Universidad Urbaniana de Roma (también como parte de las actividades del Encuentro Resistencia y Esperanza), rompiendo con ello largas décadas de censura Vaticana, desde que la nada Sacra Congregación para la Doctrina de la Fe (presidida en ese entonces por Joseph Ratzinger) prohibió a Jon Sobrino dictar cátedra en cualquier universidad católica de América Latina y el mundo. Con todo, el sobreviviente de la dictadura militar salvadoreña dijo no sentirse resentido por haber sido perseguido por la iglesia, antes bien enfatizó que la opción por lo pobres implica correr riesgos y celebró que las primeras palabras firmado aquella mañana de noviembre de 1965 no fueran ni religiosas ni bíblicas, sino palabras sobre la realidad de este mundo: sobre el clamor de la injusticia, que tres años después proclamará el documento de Medellín al decir que: llegan hasta nosotros las quejas de que los obispos y sacerdotes en AL son ricos y aliados a los ricos, han construido una imagen de iglesia rica.

En su predicación recordó a Monseñor Romero y a sus hermanos jesuitas asesinados en el Salvador justo un 16 de noviembre, junto con 2 mujeres más. Dijo que ellos, como Jesús, también expulsaron demonios: el gobierno, la oligarquía, el ejército. Y como Jesús, murieron e inspiraron a muchos porque actuaron sin dubitar ni poder dubitar, frente a la encrucijada de salir o no salir de El Salvador ante las constantes amenazas. No se fueron, porque los pobres no se podían ir, decidieron Ignacio Ellacuría y los otros cuando Romero, 9 sacerdotes y 5 religiosas ya habían sido asesinados por la dictadura.

Finalmente habló del papa Francisco, con quien se encontró también en días anteriores en Santa Martha: se esta moviendo de nuevo en las catacumbas, dijo, a su modoquiere reformar la iglesia, ayudémoslo. Confesó que nunca había estado con un papa y que al despedirse, Francisco le dijo en un abrazo: escriba, escriba… lo que no precisamente me han pedido los papas. Terminó su intervención invitando a todas y todos los presentes en la catacumba a que el recuerdo de los mártires no nos deje descansar en paz.

Vigencia y futuro del Pacto de las Catacumbas

Al final del encuentro, el ambiente fue de esperanza, de crítica y de necesidad de mirar con valentía hacia el horizonte, y renovar el Pacto de las catacumbas. Hace 50 años, fue decisivo para el pacto las palabras de uno de sus ideólogos principales, Dom Hélder Cámaro, quién encaró al Concilio Vaticano II diciendo: ¿Qué es lo que deberíamos hacer, ocuparnos solo de los problemas internos de la iglesia mientras dos tercios de la humanidad muere de hambre? Hoy, que nuevos y mas agudos rostros de la pobreza y la injusticia azotan el mundo, se plantea la necesidad de que ese nuevo pacto no sea más secreto, ni cerrado, ni patriarcal. Ciertamente, poco de lo que se comprometió en ese pacto permeará a la iglesia pos-conciliar, y por ello es necesario que el nuevo pacto asumido ahora por este Encuentro en Roma y por muchas otras gentes y comunidades en el mundo, debe salir del gueto católico y ser de Iglesia en salida, ha de ser un pacto púbico, laical y universal de todos los habitantes en los Areópagos del mundo (Paulo Suess)

Sólo de esta forma nos será posible asumir con energía las banderas de lucha de diferentes actores sociales y en contextos diversos y plurales, para construir espiritualidades más encarnadas, humanas, no exclusivamente confesionales, ecuménicas y abiertas a diversas sensibilidades y subjetividades. Al grado de construir modelos, estilos, maneras eclesiales más sencillas y humildes, sin perder la perspectiva de los pobres, la profundidad compasiva, ni la crítica profética. Reivindicando el papel de las mujeres, tan fundamental como invisibilizado en nuestras comunidades eclesiales. Apostando por lo pequeño sin perder la utopía, sin un nombre pero con muchos nombres. (extracto de la Proclama por una Primavera Eclesial Ya!, San José de Costa Rica, 11 de octubre de 2014)

Roma, Italia, 16 de noviembre de 2015

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2 Respuestas

  1. Es buenísimo sería genial su reproducción, es necesario que el pueblo lo conozca. Bendiciones

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