Sínodo sobre la Familia, ¿nuevos paradigmas o más de lo mismo?
Por Jaime Laines
Centro Antonio de Montesinos / Observatorio Eclesial
El Sínodo Ordinario de Obispos Católicos sobre La Familia continúa realizándose, a partir del 4 de octubre y hasta el 24 en El Vaticano. ¿Qué podemos decir hasta ahora de lo sucedido en aquel espacio de encuentro de clérigos y algunos y algunas laicas, sobre todo católicos, más algunos de otras denominaciones? Posiblemente mucho y muy poco. Ya han estado circulando innumerables notas de prensa, pero más bien pocas con elementos que nos den una idea más clara de la orientación que están tomando las deliberaciones al interior del recinto. Habrá que esperar a que se emita un documento final para analizar y valorar en profundidad los resultados. Ahora sólo calibremos algunos elementos a tener en cuenta, sin saber qué tanto peso tendrán a la hora de definir resultados. Algunos, más que peso sistemático a la hora de orientar definiciones, tienen una carga de significación simbólica que apunta poderosamente al referente de realidad.
Sobre la composición: son un total de 270 obispos, 13 matrimonios y 62 participantes, de los cuales 12 son mujeres. Por lo pronto, los y las laicas, según la metodología acordada, tienen voz pero no voto. Por más novedades que surjan, una de ellas no será la auténtica representatividad y participación de los y las involucradas en las orientaciones teológicas y éticas en la iglesia pueblo de Dios.
Respecto a los matrimonios, sujeto que se supondría clave a la hora de asumir lineamientos, suponemos que habrá de todo, pero los que hemos ubicado son del perfil más adherido al modelo “ideal tradicional” de la mayoría de obispos. Por ejemplo, el matrimonio de los catequistas Massimo y Patrizia Paloni, que son padres de…12 hijos. Matrimonio que se siente especialmente agradecido por la encíclica Humanae Vitae. Afirman: “Dios ha vencido nuestras debilidades y nos ha ayudado a acoger a todos los hijos que ha querido darnos” y esto ha sido gracias a “este camino de iniciación cristiana”. Por su parte, Patrizia asegura que “a pesar de los combates diarios, puedo testimoniar que vivir la fidelidad conyugal no ha sido un peso, así como la apertura a la vida”, y “hoy me siento feliz y realizada como mujer, esposa y madre”…“El ‘gran dragón’, el demonio, busca, hoy más que nunca, atacar a la mujer en las tres dimensiones esenciales, presentadas en la Santa Virgen María, icono de la Iglesia y de la mujer: Virgen, esposa y Madre” (sic), dice ella. Están también Ketty Abaroa de Rezende y Pedro Jussieu de Rezende, una pareja de esposos brasileños, casados hace 36 años, padres de 7 hijos.
Está bien, presente aún en el mundo y sociedad actual, aunque minoritaria, esta forma de vivir, muy válida. Pero, ¿estarán invitadas también algunas madres solteras, las padres solteros, matrimonios con un solo hijo, parejas sin hijos por opción, parejas de divorciados vueltos a casar (o sin casar), parejas o matrimonios homosexuales, etc., todos ellos y ellas también haciendo el esfuerzo por vivir el amor y la fe en la vida y desde la vida? No parece, por lo que entonces no hay presencia de la enorme mayoría. Con razón, la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, de España, junto con teólogos-as de otros países, en la Declaración que emitió en torno al sínodo, señala cosas tan contundentes como la de que “deben reconocerse en la Iglesia católica la homosexualidad y los matrimonios homosexuales en igualdad de condiciones que la heterosexualidad y los matrimonios heterosexuales.” Y respecto a matrimonio: “Es necesario reconocer los importantes avances llevados a cabo por el feminismo en la igualdad entre hombres y mujeres y en la liberación de éstas. A la luz de estos avances debe revisarse la estructura patriarcal de la doctrina y la práctica sobre el matrimonio cristiano.”
Hacia otra dirección apuntan eventos de no poca significación, protagonizados nada menos que por el papa Francisco. Es conocida la noticia de que en enero de este 2015, Diego Neria fue el primer transexual recibido por un papa, junto con Macarena, su esposa, ambos practicantes. Diego le había escrito al papa narrándole su historia de sufrimientos y rechazos. Sin dar crédito a lo que oía en su celular, un día el papa le habló para concertar la cita, que se llevó a cabo en el mismo Vaticano. Más recientemente, en septiembre de este mismo año, durante su viaje a los Estados Unidos, Francisco recibió en la nunciatura apostólica de Washington al gay Yayo Grassi, alumno del papa en 1964 y desde entonces amigos íntimos. Fue un encuentro breve para saludarse, en elcual, además de amigas de Yayo, estuvo su pareja, el indonesio Iwan Bagus.
Bien, más allá de lo anecdótico, ¿cuál de estas dos tendencias hermenéuticas de lo que puede significar estar-con–otro(a) prevalecerá en el aula sinodal? La de la supuesta “tradición” católica en esta índole de materias, o la ruptura y apertura hacia nuevas formas de intentar vivir la buena noticia del evangelio en el mundo?
En otro sentido, ¿abordará con profundidad y valentía el sínodo la situación que la gran mayoría de familias (sea la que fuere su composición) padece en un contexto político y económico cada vez más crítico, dado el endurecimiento de las políticas neoliberales en el mundo? La realidad de las familias, comunidades, grupos de referencia cotidiana, se ve cada vez más amenazada por el empobrecimiento, el desempleo, el desgaste y agotamiento crónicos por el trabajo esclavo, la desolidaridad competitiva, la fragmentación, todo ello debido a la imposición de brutales políticas económicas, lo que empuja a la lucha por la sobrevivencia cotidiana, más que al buen vivir en armonía y equilibrio. Sería una oportunidad para que el sínodo se pronunciara proféticamente sobre estas realidades, que si bien no determinan sí condicionan las formas de vivir éticamente. De ahí que más que seguir proponiendo exigencias moralizantes en los diversos ámbitos de la experiencia humana de vivir-con-otros en el presente, la iglesia bien hará en contextualizar esas vivencias en la búsqueda de alternativas y acompañar tentativas de humanización. Como también lo señala la citada Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII en su Declaración, “El Sínodo no puede reducirse a las cuestiones relativas al matrimonio cristiano. Creemos prioritario que haga un análisis de la situación de pobreza y exclusión social en la que se encuentran millones de familias, la denuncie proféticamente, exprese su solidaridad con las familias más vulnerables y contribuya a la eliminación de las causas de dicha situación desde la opción ético-evangélica por las personas pobres y marginadas”. Si se aborda con esta hermenéutica, el Instrumentum Laboris, en el Capítulo II, Los desafíos pastorales de la familia (nn. 61-79), dará para esperar algo nuevo también en este sentido, algo que le vuelva a dar sentido y significación a la palabra de la Iglesia.
Por último, otra complejidad que afronta este sínodo es el de la multiculturalidad y el diálogo intercultural. Ya se han escuchado voces de obispos africanos de la extremada carga de visiones occidentalizantes y colonizadoras en muchos de los temas tratados. En este tenor, a algunos observadores nos ha extrañado la composición del aula en lo tocante a procedencia geocultural: Europa es el continente mayor representado, con 107 padres sinodales, seguido de América, con 64 y de África, con 54. Asia contará con 36 participantes y Oceanía aportará 9. De los y las asistentes no clérigos no tenemos información al respecto, pero la sospecha es que no diferirá mucho. ¿Lograrán los y las sinodales establecer un equilibrio en sus reflexiones y propuestas que supere una orientación eurocéntrica? Esto nos parece aún más improbable, más aún porque tal parece que la inculturación del evangelio aún está en deuda con los pueblos y familias del mundo.