Laicidad del Estado y actores religiosos en tiempos preelectorales
Por: Deyssy Jael de la Luz García[1]
México es un país carente de justicia social y de políticas públicas que hagan realidad los ideales de la democracia tan anhelada. Este año, inició con el proceso federal electoral para renovar a 500 diputados al Congreso de la Unión y elecciones para alcaldes regionales y municipales. De aquí al 7 de junio próximo seremos testigos de una contienda entre partidos, candidatos y proyectos independientes para persuadirnos y ganar nuestro voto. Lo interesante de este momento, es que actores religiosos (más específicamente, ministros de culto religioso) no esconden sus deseos de entrar al juego político desde las vías partidistas o desde proyectos independientes ciudadanos; de igual manera los movimientos sociales que reivindican justicia para sus muertos, desaparecidos, o que se oponen a los despojos de sus tierras, tienen sus perspectivas de hacer política y algunos se inspiran desde su identidad creyente.
Cuando vemos en espacios públicos a militantes, tanto católicos como evangélicos vinculados a corrientes fundamentalistas, sus discursos son políticos. Pareciera no existir problema alguno, puesto que lo hacen desde un apoyo o plataforma legal (partidos o desde la sociedad civil) y no en representación de alguna institución o filosofía religiosas. Apelan a la diversidad, el respeto, la tolerancia y los valores democráticos en un marco de Derechos Humanos; se muestran abiertos y en avanzada del progreso inclusivo. Esto es muy interesante, puesto que al entrar en el juego político, algunos de estos personajes religiosos tienen una trayectoria de ser personas públicas con una gran carga moral: pueden inspirar esperanza y confianza en “regenerar” el poder y el sistema político desde la política partidista. Sin embargo, no hay que olvidar que, como todo individuo, los ministros de culto religioso y los creyentes que contienden por un curul, son parte de otras instituciones: tienen sus lealtades, identidades y compromisos; muchas de sus acciones y cosmovisión de la vida se sustentan en sus creencias e ideas religiosas, lo cual no puede estar lejos de ellos, sí es que llegaran a ganar, a la hora de legislar. Es más, sí ganan en las contiendas electorales, las instituciones religiosas en las que fueron formados, asisten o participan activamente, harán una lectura providencialista de ese triunfo y verán a un interlocutor en el poder para llevar sus ideas, preocupaciones y referencias doctrinales al ámbito de lo público.
Creyentes e Iglesias ya no permanecen al margen de lo público (en realidad nunca lo estuvieron, desde tiempos inmemoriables en nuestra historia nacional) y cuentan con apoyos políticos y económicos; con personajes claves en los lobbys políticos, sociales y académicos para impulsar leyes que favorezcan a intereses propios, más que ciudadanos. La contienda central se dirige al plano de los valores que son leídos desde visiones moralistas religiosas; ejemplo, las leyes estatales que tocan temas de: convivencia y matrimonios igualitarios, aborto, educación confesional, espacios dedicados al culto público, impartición de justicia en contextos de intolerancia religiosa, por citar de los más importantes.
De tal forma que hoy cuando asistimos a una diversidad y pluralidad religiosa sin precedentes en el país, grupos evangélicos de corte neocarismático vinculados a la Teología de la Prosperidad, con liturgias y manifestaciones culticas dentro de un marco de la cultura pop y del espectáculo masivo, haciendo en su prédicas un fuerte énfasis en los valores tradicionales de la familia monogámica, llaman la atención por las nuevas formas de relacionarse con el Estado a través de espacios “democráticos.” Pero la relación de personajes evangélicos fundamentalistas con el cabildeo político no es coyuntural; en nuestra historia contemporánea se remotan a la década de 1980. Muchos de estos grupos registrados ante Gobernación como Asociaciones Civiles y no Asociaciones Religiosas, tienen la posibilidad de entrar al juego político, sin que necesariamente crean violar la ley. Al hacerlo lo hacen desde su identidad ciudadana, pero con una agenda de intereses y visiones detrás de su actuación. Lo mismo sucede con los ministros de culto católico.
Ante este contexto histórico, ¿qué tipo de laicidad se tiene en México que se ha permitido a instituciones y actores religiosos, desde su visión moral y doctrinal, intenten llegar al poder, sabiendo que en sentido estricto se viola el principio de separación de lo religioso y lo político? De acuerdo con Roberto Blancarte y otros autores,[2] al día de hoy la laicidad, además de ser un proceso histórico, ideológico, social y político, es un tipo-ideal. Es decir, no hay un sólo tipo de laicidad inmutable; lo que presenciamos es una diversidad de tipos de laicidad, e incluso pueden convivir en una misma sociedad, dada la diversidad religiosa, social y cultural. Así, cada grupo religioso interpreta, abandera y defiende un tipo (s) de laicidad. Aquí punteo los 6 tipos:
–Laicidad separatista: la separación de lo religioso y lo político como fin.
–Laicidad autoritaria: el Estado limita toda automonía religiosa.
–Laicidad de fe cívica: los valores sociales y políticos son obligatorios, en donde la libertad de conciencia de las minorías se ve afectada por la presencia e imposición de las mayorías.
–Laicidad de reconocimiento: pondera la justicia social y el respeto a las decisiones invidivuales.
–Laicidad de colaboración:la autonomía del Estado se logra pero a veces pide ayuda de autoridades religiosas. Hay una libertad religiosa en lo público. Aquí se debilita el principio de igualdad, porque no todas las iglesias participan de la misma manera.
Así, los tipos de laicidad punteados, permiten entender porque a veces las lecturas y los hechos producen tensiones entre la opinión pública y sectores sociales. Para gran parte de la sociedad vinculada y añorante de ese liberalismo decimonónico y revolucionario, todavía el aspecto anticlerical es muy fuerte y desde ahí las críticas hacía los ministros y creyentes que participan y hacen política son muy fuertes y contundentes. Pero por otro lado también hay sectores sociales que ven en personalidades religiosas vinculados a la Teología de la Liberación o a los movimientos sociales, un portavoz moral de su causa, y entonces no cuestionan sí hay una violación al Estado laico cuando salen en público; les han identificado como actores que luchan por la justicia social. También existen aquellos sectores más críticos que cuando ven a creyentes o ministros de culto público pronunciándose a favor de sociedades más democráticas y responsables, no esconden su visión del mundo para darle sentido a la sociedad “en decadencia” y violencia a través de la recuperación de los valores familiares y la tradición.
En una sociedad tan diversa, las visiones de la laicidad también son plurales. El punto es saber cómo el Estado legisla y desde donde. Por ser el actual sistema político carente de legitimidad democrática, ha tendio que apelar y apoyarse en elementos religiosos (traducidos en relaciones con ministros de culto religioso). En nuestro país todavía no vivimos hemos alcanzado la total secularización y separación de lo religioso y lo político, y este acual momento nos da cuenta de ello.
En estos tiempos preelectorales no está demás recordar que en el 2012, México fue reconocido en el ámbito constitucional como una República laica, pero hemos visto como constantemente se han violado los principios de laicidad, en cuanto ser la fuente de soberanía para legislar en relación a la minorías y los derechos que emanan de la libertad de conciencia. Y aunque existe una separación formal y constitucional del Estado y las religiones, gran parte de las políticas públicas siguen siendo moldeadas por intereses religiosos; mayoritariamente del catolicismo oficial. No es suficiente el marco legal y el espacio público, sino fortalecer la política sin legitimidad religiosa. Y esto nos lleva necesariamente a pensar qué tipo de gobierno queremos construir y el papel que las iglesias, creyentes y ministros de culto religioso deben asumir desde su ciudadanía y no sus visiones religiosas, a no sea que caigan en lo que un día combatieron: la confesionalidad de la política.
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[1] Deyssy Jael de la Luz García. Es mexicana. Historiadora y editora en temas sobre protestantismos, petecostalismo, Estado laico, espiritualidades y movimientos sociales. Es autora de El movimiento pentecostal en México (La Letra Ausente-Editorial Manda, 2010).
[2] Roberto Blancarte, Laicidad en México, México, México, Cátedra Extraordinaria Benito Juárez, Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, Instituto Iberoamericano de Derecho Constitucional, 2013. Disponible en: https://laicismo.org/data/docs/archivo_1149.pdf
Muy interesante artículo.