Resurgir en medio de la guerra. Expectativas y desafíos al inicio del primer gobierno de izquierda en México
El pasado 25 de noviembre celebramos en el mundo el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, en memoria de las Mariposas, las hermanas Mirabal asesinadas por la dictadura en República Dominicana. También en memoria de todas las mujeres que siguen sufriendo en sus cuerpos y almas el estigma de la violencia y la muerte, y para seguir agrupando esfuerzos mundiales por abatir esta terrible realidad, agravada exponencialmente en tiempos de guerra; como en aquel triste 25 de noviembre de 1960, los últimos veinticincos de noviembre en nuestro país, han estado marcados por el signo de la guerra, cuyo terrible rostro patriarcal ha encontrado en la vida de las mujeres y de la juventud su hábitat «privilegiado»: los feminicidios son en México una de las puntas del iceberg de la violencia y la destrucción. La otra punta es Ayotzinapa.
Ellas resumen también el último bastión de esperanza y resistencia con que llegamos al 1 de diciembre, el inicio formal del primer gobierno de izquierda en México, que ha concentrado tantas expectativas como desafíos para resurgir en medio de la guerra, de la muerte y la desolación. En un escenario inédito por multitudinario y festivo (en contraste con anteriores tomas de protesta del poder ejecutivo en nuestro país), ocurre lo inesperado: un presidente de la nación, de rodillas, recibiendo de manos de una mujer indígena el bastón de mando de los pueblos originarios. La fuerza simbólica de este gesto contrasta con la desafiante realidad que espera al nuevo mandatario y a los pueblos de México en esta nueva etapa en la que todo puede pasar y nada debe quedar igual.
Las mujeres, los pueblos indígenas y afromexicanos, la juventud, la organización social y popular, las víctimas… son la vanguardia para acompañar la recuperación del país, codo con codo con las nuevas autoridades, acechados todavía por fuerzas ajenas y terribles (que emanan del sistema de mercado), fragmentados por el odio y el resentimiento resultantes del pasado proceso electoral y que amainan lentamente en la gente y no decrecen en ciertas élites, con muestras de racismo, clasismo, machismo… El desafío es inmenso, el camino extenso y el cuerpo cansado. Pero ya vamos asomando la mirada y saliendo de nuestras trincheras; y acuerpando-nos, aún con miedo y desconfianza, sin ingenuidad porque las balas siguen cruzando sobre nuestras cabezas y el «monstruo es grande y pisa fuerte»; pero sin marcha atrás, conscientes de que es nuestra hora, la hora decisiva para el país, nuestra última oportunidad de renacer, juntas/os.