Red de Solidaridad Sacerdotal
La mañana del lunes, la policía local levantó a un muchacho hondureño que ayudaba a meter unas camas al albergue de migrantes donde (por el tiempo que necesiten) reponen sus fuerzas quienes caminan a diario con sus sueños a cuestas y al costo. No hubo argumento o intento alguno que valiera para detener tal arbitrariedad ya común por parte de las fuerzas del “orden” quienes, dicho sea de paso, actúan como bandidos, en vehículos a los que no se les ve por ningún lado logo oficial alguno y vestidos como pistoleros.
Con el corazón constreñido nadando en la tensión cotidiana, el personal del albergue tiene que alternar su jornada entre las labores necesarias para la acogida vespertina de personas en situación de migración y las necesarias diligencias en el ministerio público para asegurarse que no le suceda al joven “levantado”, lo que es bien sabido sucede en estas circunstancias aciagas de que son víctimas innumerables migrantes en nuestro país.
La acción de los victimarios (en este caso “guardianes” del orden) parece no necesitar mayor justificación en un país donde la presunción de inocencia es un privilegio caro cuando se trata de población común, y definitivamente inaccesible si vienes del sur de la frontera. Basta el momento equivocado (un par de homicidios ocurridos recientemente en la zona) y el lugar equivocado (cualquier lugar, de hecho, pero más las inmediaciones de un albergue), para ser declarado ilegalmente culpable, encarcelado y luego procesado por mero trámite.
En este ambiente de densa ansiedad, acrecentada por rumores de una inminente redada de migrantes por parte de las autoridades federales, tiene lugar el 38 Encuentro Anual de la Red de Solidaridad Sacerdotal, conformada hace ese mismo número de años (en 1979) por curas revolucionarios que abrazaron sin reservas la teología de la liberación y desde entonces vienen atestiguando con sus vidas el compromiso y la solidaridad con los pobres, migrantes, desplazados, obreros, víctimas de trata, comunidades de la diversidad sexual, desempleados, pueblos indígenas y campesinos, familiares de desaparecidos y de víctimas de feminicidio, defensores de derechos humanos… y con todas y todos aquellos que sufren las consecuencias exacerbadas de un sistema violento, señalado por el papa Francisco como la raíz de todos nuestros males sociales: la economía de mercado.
Instalados en el Albergue para Migrantes “Casa Nicolás”, compartiendo el alimento, el descanso y los sueños de miles de hermanos y hermanas que han dejado sus huellas en cada rincón de la casa, estos curas se han congregado una vez más para fortalecer la solidaridad (mutua y con los pobres), analizar la coyuntura post y pre-electoral actual en el trasfondo de la pobreza y la violencia que atraviesa el país, y para encontrar juntos respuestas a esta crisis, desde nuevos paradigmas teológicos, nuevas y añejas experiencias de ministerio sacerdotal comprometido con la justicia y a la luz de la memoria siempre viva del obispo Oscar Romero, mártir de El Salvador, cuyo centenario de nacimiento conmemoran este año muchas comunidades a lo largo y ancho del continente latinoamericano y caribeño.
La figura profética de este obispo (asesinado en 1980 por denunciar las atrocidades de la dictadura militar en su país), ha sido fundamental para la configuración de la teología de la liberación en la región. Y su vigencia justo ha iluminado el trabajo del 38 Encuentro de la Red de Solidaridad Sacerdotal, cuando se descubre a flor de piel que las condiciones económicas, políticas y culturales que hoy vive la mayoría de la población (en todo el mundo) son de una vulnerabilidad total, con un tejido social profundamente desgarrado y escenarios de múltiples violencias, empezando por la desigualdad económica; con sistemas políticos deteriorados por la corrupción y la impunidad que vaticinan escenarios futuros nada alentadores, toda vez que se fortalecen leyes y comportamientos institucionales que justifican la represión, la militarización, el exterminio sistemáticos de sectores poblacionales para posibilitar el usufructo irrestricto de los recursos naturales de la región, no en beneficio de la población o las soberanías nacionales, sino de capitales privados trasnacionales.
Frente al esfuerzo desesperado por mantener la esperanza, la fe y la solidaridad, estos curas no le temen a nada, o casi nada. Así es como, a medio Encuentro, aún se dan el tiempo de expresar su solidaridad inquebrantable hacia el obispo de Saltillo, el fraile dominico Raúl Vera, frente al hostigamiento gubernamental en su contra por las mismas razones por las que asesinaron a Romero: denunciar la violencia de Estado. Raúl Vera, obispo de los pobres, en compañía de organizaciones de derechos humanos de la región, presentaron ante la Corte Penal Internacional una denuncia detallada de delitos (homicidios, feminicidios, desaparición forzada) cometidos en el estado de Coahuila que pueden constituir crímenes de lesa humanidad.
A diferencia de Romero (que fue rechazado y desoído por Juan Pablo II cuando quiso informarle de la trágica situación de El Salvador), el obispo Vera es amigo cercano del papa Francisco y han sostenido un diálogo fructífero para romper el cerco mediático en torno a la tragedia que vive el país a raíz de la guerra contra el narcotráfico. Al igual que Romero, Raúl Vera tampoco ha recibido la solidaridad episcopal frente a las persistentes amenazas y presiones del Estado por su labor profética; en su lugar, es acuerpado por la solidaridad de muchas personas y comunidades creyentes (e increyentes), defensores de derechos humanos y organismos internacionales.
De esa solidaridad hacen eco los curas de la Red, siempre que sea necesario y con quien sea necesario. Por ello también abren un espacio en su agenda para recibir a un grupo de sacerdotes que se dirigen a conmemorar in situ, la masacre de 72 migrantes en una bodega abandonada de la localidad de San Fernando, Tamaulipas, un día como hoy hace ya 7 años. Entre ellos van Fray Tomás (director del Albergue La 72, de Tenosique Tabasco) y el padre Pedro Pantoja (director de Belén Casa del Migrante, en Saltillo, diócesis del obispo Raúl Vera). Llegan a Casa Nicolás a desayunar, conversar un rato y partir hacia el trágico donde esperan celebrar una eucaristía en tierra de nadie, “blindados” por armas largas de quienes ya no se sabe si van a protegerte, abandonarte en el momento más decisivo o entregarte sin miramientos a manos criminales. Parten no sin antes recibir la bendición colectiva y entrañable de sus hermanos de la Red de Solidaridad Sacerdotal.
Durante 3 jornadas consecutivas (de la tarde del 21 de agosto al medio día del 24), estos sacerdotes comparten, reflexionan, imaginan otros mundos posibles y otra Iglesia posible. Mientras tanto, todas estas y otras cosas suceden, porque la injusticia no descansa, y por tanto la solidaridad no puede hacerlo. Mientras ellos aprenden inquietos, de la mano de una especialista, cómo enfrentar el estrés cotidiano, la soledad, las adicciones más frecuentes en el sacerdocio (dicho sea de paso, no es frecuente que los curas incursionen con humildad estos terrenos de la afectividad y el autocuidado), otras manos, voces, ojos, cuerpos mantienen vivaz la maquinaria del albergue dirigido por una extraordinaria mujer de firme carácter y enorme corazón, con el auxilio de la Parroquia San Francisco Xavier, al pie del Cerro de la Silla, en Guadalupe Nuevo Léón.
Miles de sueños venidos de todas partes han pasado y posado por aquí. A ellos se suman los curas de la Red de Solidaridad Sacerdotal, también venidos de muchas latitudes del país con un sueño común: un mundo sin fronteras donde habite la justicia. Para lograrlo, al termino de su 38 Encuentro se van reparados en cuerpo y alma, y cargados de promesas que cumplir.
José Guadalupe Sánchez Suárez
Observatorio Eclesial / Secretariado Social Mexicano
Guadalupe, NL, martes 22 de agosto de 2017