Cuba, el papa y la última esperanza contra el capitalismo. Análisis editorial
La preocupación del papa por las tierras amerindias es añeja. Se remonta, de hecho, a 1492 y desde entonces sus intenciones han variado muy poco: miran en nuestro continente un enorme capital económico, humano y religioso que aprovechar o del cual valerse frente a tremendas crisis del modelo cultural las útimas centurias; en aquel incipiente mundo moderno del siglo XVI, que se liberaba aceleradamente de la religión medieval, vieron los papas a “las indias occidentales” como una oportunidad de extender todavía por más de dos siglos su régimen de cristiandad; en el ocaso de la modernidad acaecido en la segunda mitad del siglo XX, América Latina fue también para El Vaticano la ocasión de fortalecerse frente al ateísmo contemporáneo y las transformaciones religiosas que se manifestaban en una masiva fuga de fieles (y de capitales).
En ambos casos (y durante cinco siglos), la estrategia de los papas ha sido más o menos la misma: la realpolitik, la intervención más o menos irrestricta en los destinos de los pueblos usando su influencia económica, política, militar y moral. Así lo vivimos con meridiana claridad (y crudeza) el último cuarto del siglo pasado y lo que va de éste con el largo papado Wojtila-Ratzinger, cuya cercanía con América Latina, continente que concentraba –y concentra aún– la mayoría de la población católica mundial, era evidente y cuyas manifestaciones asemejaban aquellas cruzadas evangelizatorias medievales y coloniales, con la diferencia que en lugar de la espada, lo que acompañaba a la Biblia era el brazo secular aliado al Vaticano, los sectores políticos conservadores de los países latinoamericanos y caribeños que descubrieron en el apoyo a las políticas vaticanas también una enorme oportunidad para hacerse del poder, permanecer en él o justificar regímenes dictatoriales y sus consecuentes derramamientos de sangre.
Juan Pablo II y Ratzinger (antes y después de ser elegido papa) apoyaron sin dudar dichos regímenes (con la misma entereza que combatieron cualquier resquicio socialista), aún a costa de su propia grey, de miles (cientos de miles) de creyentes que desde su fe apostaron su vida a la liberación y a la lucha contra el capitalismo. Pero hace dos años y meses fue elegido papa el primer latinoamericano y jesuita en la historia de la Iglesia, y aunque los primeros análisis apuntaban a la continuidad del régimen wojtiliano, en muy poco tiempo Francisco ha cambiado radicalmente el rostro del papado y de la iglesia católica, al grado de dejar en la sombra a sus predecesores no sólo, ni principalmente, por su nuevo estilo sencillo y franco de ser papa, sino por un discurso claro y firme frente a la crisis cultural y ecológica que vivimos y su persistente estrategia de saneamiento y renovación de la estructura eclesiástica, empezando por casa, la compleja curia vaticana.
Ahora ha mostrado también su predilección por nuestro continente (que es también el suyo) y cabría preguntarse si sus intereses son del todo distintos a los inconfesables de sus predecesores. Es claro que sí hay un interés re-evangelizador en Francisco, una apuesta por detener y revertir la fuga de fieles agravada en últimos tiempos por la crisis de credibilidad moral de la jerarquía eclesiástica. Pero no sólo su estrategia parece ser distinta, sino que hay algo más. En lugar de la realpolitik, el papa Bergoglio es más pastoral, y su política apunta más a una ética política últimamente configurada como una crítica profunda al sistema capitalista neoliberal como la raíz más profunda de la debacle global. Sus esfuerzos por reformar la curia y en general el pastorado episcopal y sacerdotal no están dirigidos tanto al reposicionamiento de la institución católica en los círculos de poder económico y político de las naciones, cuanto a volver a encontrar su lugar junto a los pueblo, especialmente los más pobres.
Y en este tenor quizá debiéramos leer esta histórica visita del papa a Cuba y posteriormente a EUA; visita cuyos objetivos seguramente fueron acordados desde el no menos histórico 17 de diciembre de 2014, cuando ambos gobiernos restablecieron relaciones diplomáticas suspendidas por media centuria y perfilaron una agenda conjunta para el fin del bloqueo económico sobre la isla por parte del gobierno norteamericano y sus aliados.
A diferencia de los marcados intereses anticomunistas que siempre caracterizaron a Juan Pablo II en sus visitas a nuestro continente, el papa Francisco parece apostarle a una agenda intermediadora de mayor envergadura. Y es que no sólo está en juego la relación entre dos gobiernos o sus países, ni mucho menos un asunto de proselitismo religioso en uno de los pocos países del mundo donde, lejos de lo que pudiera pensarse por la prensa facciosa, existe el más amplio margen de derechos de asociación religiosa y se la ha impuesto a la iglesia católica los más deseables límites de intervención política propios de un marco democrático laico.
Lo que está en juego, sin temor a exagerar, es la posibilidad de existencia de alternativas al capitalismo (sin que necesariamente sean estas socialistas). La esperanza de construir un mundo donde quepan muchos mundos en lugar de tener que aceptar un modelo hegemónico devastador que a toda costa pretende imponerse en los países en vias de desarrollo. De ahí que junto a las duras críticas al capitalismo que han sido persistentes en el discurso de Francisco, ahora resalte su elogio del pueblo cubano, símbolo de dignidad y solidaridad internacional; aunque aún falta ver hasta dónde llevará esta insignia estando en territorio norteamericano.
Lo cierto es que el papa busca llevar a buen puerto el diálogo restablecido entre ambas naciones, y aunque la incertidumbre nos cerca por doquier, incertidumbre de hasta dónde será benéfico para el pueblo cubano este cambio, se impone la certeza de que será un cambio gradual que hermanará no sólo a dos naciones sino a muchos pueblos, y a los esfuerzos que ya desde hace tiempo está impulsando el gobierno cubano por una transformación positiva del régimen, se sumarán muchas voluntades para que el fin del embargo económico no sólo sea una puerta de entrada del mundo a Cuba, sino sobre todo una puerta ancha de salida de Cuba a un mundo necesitado de ese ejemplo de dignidad, generosidad y amor que tanto le sobra al pueblo cubano.
Para la iglesa católica, siempre la más reacia al régimen emanado de la revolución cubana, también es una enorme oportunidad que seguramente no desaprovechará, pero que tendrá como principal desafíos no al gobierno que considera enemigo, sino a un contexto de pluralidad cultural y religiosa (como es la religiosidad caribeña) al que desde siempre ha estado desacostumbrada.
Con todo, miramos con emoción y esperanza esta apuesta papal por volver a caminar con los pueblos, desde donde y sólo desde donde podrá nacer la última y definitiva esperanza contra el capitalismo y su devastación global.
Por José Guadalupe Sánchez Suárez *
© Observatorio Eclesial
* Filósofo y teólogo, es investigador y analista social del Observatorio Eclesial, secretario ejecutivo del Secretariado Social Mexicano y estudia el doctorado en ciencias políticas y sociales de la UNAM.